Una rara enfermedad está diezmando la cabaña ovina y caprina en casi 40 explotaciones ganaderas catalanas de las comarcas de Girona y de Barcelona. Los animales comienzan adelgazando se debilitan y mueren muy rápidamente. Las hembras preñadas abortan o se quedan sin leche para alimentar a la cría, que también fallece. Los ganaderos sospechan de una posible partida adulterada de las vacunas que el Departamento de Agricultura, Alimentación y Acción Rural (DAR) administró a los rebaños de ovejas, cabras y vacas desde agosto de 2008 para prevenir la enfermedad de la lengua azul. La Generalitat dice no ver ninguna relación directa entre la vacuna y la mortandad, pero admite desconocer el origen y no descarta ninguna hipótesis.
Según los ganaderos perjudicados, los síntomas comenzaron en otoño, después del tratamiento contra la lengua azul suministrado por los veterinarios del DAR. «Las cabras adelgazaban, abortaron todas, y en diciembre empezaron a morir. Primero dos o tres cada día, luego 10 o 15. Esto no es normal y nadie nos da explicaciones», explica Antonio Fernández Aguilera, propietario de una granja en Beuda (Garrotxa) que ha pasado de tener 400 cabras a una cuarentena. «Y más que se morirán todavía», lamenta. Fernández todavía no tiene los resultados de los análisis que está llevando a cabo el DAR en colaboración con el Centro de Investigación en Sanidad Animal, pero está convencido de que el origen de la afección está en la vacuna. «No puede ser otra cosa y vamos a exigir análisis independientes de universidades de fuera de Cataluña», asegura.
Los veterinarios han tomado muestras de los animales muertos y, según los primeros resultados, no hay una relación directa entre la enfermedad y las vacunas. «Nada hace pensar que la causa esté en la vacuna, pero no está del todo descartado», reconoce Porcar.
Para el director del DAR en Girona, Josep Guix, el caso no deja de ser «desconcertante». «Hay granjas vecinas donde se vacunó a los animales el mismo día y una está afectada y la otra no».
La plaga tampoco parece tener un origen infeccioso, a juzgar por los análisis efectuados. «Lo que más se ha detectado es una gran cantidad de parásitos internos», afirma Guix, que apunta a las duras condiciones de este invierno como agravantes de la situación.
En lo que sí coinciden técnicos, veterinarios y ganaderos es en que la enfermedad no afecta al consumo humano, ya que los animales muertos o enfermos no entran en la cadena alimentaria.